domingo, octubre 04, 2015

Me escribe Silvestre

(hoy, nuestra invitada es nuestra buena amiga Selena, que quiere consultar algo muy, pero que muy enrevesado. Adelante, Selena)


Recibo esta carta:
La verdad desnuda, sin adornos, sin ambages, es que estoy enamorado de ti. Hasta los huesos. Desde hace mucho... desde siempre, o al menos, desde que te conozco, me obsesionan tu sonrisa, tu espíritu, la perfecta armonía de tus movimientos  y -no lo voy a ocultar- todos los rincones de tu cuerpo: la catarata de tu melena, tus manos inquietas, la tozuda redondez de tus pechos, la cálida bienvenida que sugieren tus muslos y la irresistible lujuria de tus benditos pies.En un altar se hallan estos últimos porque tú, fingiendo abandono en brazos de Morfeo, jugaste conmigo y mi victoria en un día sureño y ese día fue el último día en que me dejaste ver que tú y yo no éramos una entelequia, que tú y yo éramos posibles.
Y ahora tú, cruel ironía, me paras los pies.  Guardas las distancias. Me mantienes a raya.
Y lo cierto es que te amo, sencillamente,  porque te conozco. De alguna manera, veo detrás, veo dentro de ti. Veo a la mujer que casi nadie puede ver. Una mujer a la que es imposible no amar hasta el fondo, firme y eternamente, aunque a veces se desaten tormentas.
No quiero nada de ti... porque si me dejaras, lo querría todo. Pero me refiero a que no requiero nada de ti, no Te pido nada. Te amo así, tan desesperanzadamente, y tan absoluta y llanamente que con amarte yo, ya tengo bastante. Me conformo con soñar en cómo sería la vida, el mundo, si además de quererte yo, me quisieras tú a mí  y compartiéramos la vida diaria.
Y hacerte café y tostadas y zumos. Y escucharte hablar de arte y verte trabajar en silencio. Y masajear tus hombros, tu cuello y tus pies cansados. Y reírnos juntos de las bobadas sociales. Y darte un beso de buenos días. Y dejar de ser. Y hacerte el amor sin tregua. Y asistir juntos a los cumpleaños. Y quedarme absorto cuando, al planchar tu ropa, el calor levante hasta mi nariz  tu particularísimo y delicioso aroma. Amarte.
Esto es todo. Tú en tu vida y yo en la mía. Sabes que no soy, en absoluto,infeliz. Amo mucho, muchísimo a quien está a mi lado y no pretendo hacerle daño alguno... ni hacerme daño a mí.  Es sólo que... no puedo evitar verte y que mi alma enloquezca y que mi cuerpo añore el tuyo como si hubiésemos nacido predestinados a fundirnos.

Sé, de sobra, y muy bien, que tú no sientes por mí nada parecido. Que no puedo esperar nada de ti en ese sentido. Me conozco y sé -supongo- que como hombre te resulto  bastante repulsivo y que ninguna comparación me es favorable. Y, créeme, no quiero que te sientas incómoda por conocer mis sentimientos más profundos.
En realidad... es bueno, es bonito todo lo que tú me haces sentir. Das luz a mi vida. Alguna vez hemos hablado de asuntos trascendentales y tú, un poco incomprendiendo mi total agnosticismo, me preguntas... "si no crees en la vida después de la vida...¿qué sentido tiene esto?" Pues, mi precioso ángel del destino, el sentido de mi vida, mi sentido... eres tú. No sólo tú pero sí que estás ahí en el primer nivel, con mis hijos, con mi pareja, con mi música, con escribir.
Te quiero y no quiero herirte. Te amo. Te deseo. Te añoro.
Perdóname, porque no lo puedo remediar.
                                                      Silvestre 

Bien. Quiero aclarar un par de cosas: cuando este tipo habla,  eufemísticamente, de "quien está a mi lado.." se refiere a su mujer, su esposa y madre de sus hijos. Su familia. Supongo que decir "quien está a mi lado" le causa menos problemas de conciencia.

Yo misma he intentado hacer ese ejercicio y puedo corroborar que, en efecto, en este mismo caso, decir "quien está a su lado" me hace sentir menos culpa que decir "mi mejor amiga", porque es lo que es: su mujer, la madre de sus hijos, es mi mejor amiga, mi amiga mas íntima  desde que  éramos muy, muy pequeñas.

La referencia semivelada que hace de mis pies y su victoria es cierta: no me preguntéis porqué, pero en cierta ocasión tuve la nefasta idea de permitirle que aliviara su viril quemazón... que se  masturbara, vamos, con mis pies. Mea culpa. Y es igualmente cierto que me revienta que me recuerde ese pasaje. ¿Qué pasa con los hombres? ¿Es que nunca se equivocan?

Silvestre y yo tenemos una relación complicada. Muy complicada. Él y mi amiga Sixta empezaron a salir cuando yo estaba recién casada... y embarazada, por lo que cimentaron su relación en unas semanas en las que yo necesitaba mi intimidad y estuve  menos atenta a las cosas. Les dejé a su aire, podríamos decir.

Pasaron unos años en los que, a base de discutir, fuimos tomando confianza y empezamos a conocernos. Somos los dos muy tozudos y a él  (tengo esa sensación), además, le encanta discutir.

Un día. Madre mía, no sé muy bien porqué, noté su mano en mi espalda, en plan un poco demasiado "sensible". Como cuando te acuestas con un hombre que no anda muy sobrado de seguridad y dedica tanto tiempo a los preliminares que éstos dejan de serlo... y la chicha se convierte en un epílogo o un final feliz. En fin... Él estaba detrás de mí y yo había notado, con el paso del tiempo, que era un poco tocón.  No sabía bien si su toqueteo era inocente, como el de algunos gays, ya sabéis lo que quiero decir, o era un genuino sobeteo hétero de carácter calentorro.  O sea... Yo sabía que no era gay, pero su forma de hablar conmigo... a ver, no me refiero a que fuera amanerado, sino a las cosas de las que hablaba conmigo, a su punto de vista tan poco habitual entre los tíos. Eso me despistaba un poco. De modo que, al sentir su mano en mi espalda haciendo el recorrido número nisesabe... me cansé de tanto circumloquio. Con mi mano agarré la suya y sin volverme, sin siquiera mirarle, le puse la mano en mi trasero.  En mi culo.  Y me lo sobó a modo, masculina y determinadamente, intentando acceder, incluso al espacio entre mis piernas, cosa imposible porque además de que llevaba vaqueros, no estábamos solos... estábamos en casa de alguien... con mucha más
 gente alrededor, mi hermanamiga Sixta, entre otras.

Bien. Hemos tenido otros episodios de este tipo, llegando a veces a algo más, como lo de los pies... y otras cosillas. En una ocasión llegamos a acostarnos desnudos en la cama... pero sólo eso. No consumamos por decirlo así, nos limitamos a tendernos juntos sin ropa y él insistía  (pelín pelma) en "sentirme",  "quiero sentirte" me decía y se pegaba a mí  (y me pegaba su cosa dura en plan ¿de verdad que no...?) y bueno, tengo que reconocer que esa vez (al "sentirle" yo a él la cebolleta, que era más una zanahoria medianita) estuve a punto de ceder a la excitación del momento. No soy de piedra.

O sea... Yo reconozco que en momentos concretos (si escribo "puntuales" Silvestre me mata) he dado alas al permanente estado de celo de Silvestre, pero reivindico mi derecho a decir "desde aquí" y "hasta aquí".

Y para mí Sixta, es un irrenunciable "hasta aquí " constante. Y no quiero que Silvestre se enamore de mí. Quiero que quiera a "quien está a su lado" y ya no tengo ganas de jugar con él.

¿Soy malvada, caprichosa o algo así?
Ahora, no hace más que mirarme...




No hay comentarios: