jueves, marzo 21, 2013

Lo que me sostuvo. Y ya no.

Hola. Te he dejado.
Y ahora, voy a contarte lo que se te ha olvidado. Lo que era y lo que ya no es. Lo que me sostuvo durante mucho tiempo, un tiempo en el que pensaba que me querías por lo que yo era, por lo que yo significaba individualmente, y no por ser parte de la única parte que a ti te importa. Ya no soy parte de ti, me has apartado y ya... en fin, ya no eres tú lo que me sostiene.

Verte.
Esperaba toda la semana, aunque a veces tuviéramos contactos ocasionales a mitad de semana un par de veces (siempre me las arreglaba para tener que decirte algo importantísimo), esperaba hasta el viernes, que era el día de verte. Las semanas duraban, en realidad, de viernes a domingo y lo que iba de lunes a jueves era un puro acumular ganas de verte. De mirarte.
Conocía tu ropa, tus peinados, tus zapatos o, si había suerte, la falta de ellos, porque gran parte de verte era verte enredadera por debajo de la mesa. 
Verte, sentados en la mesa, fumando, perdiendo la fijeza de la mirada, relajando los músculos de la cara: viendo el brillo de tus ojos de alegría, de ira, de pena... y verte estallar en lágrimas que, madre mía, no te servían de nada, ni siquiera de consuelo. Siempre igual. Igual de aburrido, igual de decepcionante. Y no podía dejar de hacerlo. Sólo quería verte.

Hablarte.
Siempre le di mucha importancia a decirte cosas, y por eso soy el que menos cosas te decía. Una vez me dijiste que cuando todos hablaban, cuando se montaba el gallinero, tú desconectabas, pero conectabas las pocas veces que yo tomaba la palabra, porque siempre encontrabas interesante lo que yo decía. Y, después de confesarme eso... caray, lo tuve siempre presente. Me hisciste creer que te importaba lo que yo pensaba, lo que yo decía, lo que mi cerebro, en tu presencia, producía. No recuerdo, sin embargo, ahora, en la claridad, que en ninguna ocasión tuviera la sensación de que, al oírme, te emocionaras tanto que, por decirlo en palabras sencillas, se te cayeran las bragas a los tobillos. Siempre era igual: mucha expectativa, pocos resultados. Siempre decepcionante. Y sólo quería hablarte.

Ser tu huésped.
Eres una gran anfitriona. Haces que todo el mundo se encuentre a gusto en tu casa. Desde el primer momento, tienes el don del acogimiento. Acoges en tu seno maravilloso a los que se acercan a ti, haciéndoles sentirse especiales, únicos. Luego, fuera ya de la media luz, de la luz engañosa, he visto que no, que yo no era nadie especial, era sólo el que estaba ahí en ese momento, pero te hubiera dado igual que hubiera cualquier otro. Siempre terminábamos jugando a tu juego, nunca conseguí que jugáramos al mío. Tú pones la casa... tú hechizas con tu seno de ensueño, con la calidez de tus pies descalzos, con tu generosa dadivez, con tus modales perfectos de perfecta anfitriona. Y yo, que esperaba estar contigo toda la semana, acababa enfadado con mi inanidad, con mi decepción eterna, con mi no tenerte y la sensación de haberte servido de felpudo una vez más. Y sólo quería ir a verte


Olerte.
Embriagarme con el olor de tu piel, de tu aliento, de tus palabras lentas, de tu ropa, de tu casa... dejar, sencillamente que las cosas sucedan mientras te vas metiendo poco a poco en mí.  Pase lo que pase... o mejor, haya pasado lo que haya pasado, y aunque ya nunca estarás a mi lado, siempre me gustó, siempre me gustará tu olor.

Tocarte. 
Eres seda. Eres el el sueño de mis dedos. De mi piel. De mis sentidos. Pero eres el sueño de mis labios. Quiero recorrerte entera con mis labios. De la cabeza, tu pequeña cabecita llena de ideas, a tus pies maravillosos y llenos de deseos. Lo que me sujeta es soñar con lamerte entera, con no separar mis labos de cada rincón de ti: de tu seno, de tus columnas, tu intimidad más escondida, tus mismos labios esquivos. Quería tenerte para besarte, para tocarte con mis labios... y ya no te tengo, ni tendré jamás. Esperaba toda la semana para llegar a tu casa y acercarme a ti, aguantar cualquier cosa con tal de rozarte un rato. De apretarte contra mí al despedirme de ti. Soñar con tocarte era un rito y separarme de ti frustrante porque, de tanto pensar en tocarte, tenía que acabar tocándome yo para no morir de falta de cariño. Tú me poseías, pero nunca me tocaste. Aun así, mi sueño no era que me tocaras, era tocarte yo. Y ya no.

Todo eso era lo que me sostenía vivo. Lo que yo creía que me sostenía.
Pero ya no. Ya nunca más. Ya no me poseerás de esa manera tan decepcionante. Nunca más.

He dejado de beber. 

...


 

2 comentarios:

Mal dijo...

guau!! Bueno es poco.

Wolffo dijo...

Mal, gracias es poco. Eres lo mejor de este blog. Mil besos.