jueves, enero 03, 2013

El despertar, en todo su sentido (y 10)

El sol de una playa sureña, incluso en invierno, es a veces insuficiente para que mi despertar sea el más dichoso del mundo. Selena está a mi lado, encima de mí, más bien, dormida sobre mi pecho, acurrucada, me temo que medio muerta de frío también. He esperado un poco, esperando que el sol de Almería nos calentara y echarme otra dormidita, calentito, con Selena aquí, dispuesta a todo al despertar, pero no, si no me la llevo de aquí pronto y entramos en calor, vamos a pillarnos una buena.
- Eh... Selena
Ella murmulla algo con dulzura, como es ella, pero de su delicioso amanecer sólo capto las vocales
- ¡...e.a.e e. .a., .i.i.o..a.! (1)
- Venga, cielo, que te estás quedando helada...
- Joder...
- ¿Cómo...?
- Que me dejes en paz, gilipollas, que ya te he oído
Entonces, si yo fuera una de esas personas que llevan siempre consigo un cuadernito donde apuntan enseñanzas, datos de interés y teléfonos de tías buenas, apuntaría, probablemente con forma de silogismo sentencioso, la enseñanza del día:  "Algunas mujeres, por dulces que parezcan, no tienen un dulce despertar si no les llevas a la cama con edredón de plumas y almohada de viscolática,un zumo de naranja y un par de croasanes".  Pero no llevo cuadernito, así que reacciono de la única forma en que se me ocurre: me zafo, con la rapidez de un extremo zurdo, de mi marcador rodando hacia el lado en el que no está Selena (el derecho, en este caso) y dejo que ella caiga de cara sobre la arena para despertar de una forma abrupta.
- ¡Dejándote...! - digo según me escurro a la derecha y dejándola caer con gran prosopopeya.
- ¡Capullo...! - dice ella levantando la mirada. Miradla bien. Con la cara aún hinchada por el incómodo y poco reparador sueño, el maquillaje corrido, despeinada, la arena pegada a su rostro y la cara de cabreo que tiene, no está en su mejor momento, no está para hacerse una foto, pero me sigue pareciendo la mujer más deseable de la tierra.
- Espera un momento... - le digo mientras saco mi teléfono, hago como que busco algo, pero lo que hago es ponerlo en modo cámara de fotos y le tiro una traicionera instantánea - estás horrible, Selena, y esto tengo que rememorarlo cuando pasen los años.
- ¡Capullo...! - insiste ella, pero esta vez, bajando la mirada y sin la suficiente rapidez como para evitar mi disparo. Se incorpora y se queda, sentadita, con la espalda apoyada en el rompeolas, esperando a despertarse de verdad, y pensando, tal vez, en cómo hacerme sufrir algún tipo de humillación.
- Espera un momento, cielo, no te muevas...
- ¿Cielo...? para ti soy el averno, anormal. ¿será idiota...? - pero yo ya me he levantado y me voy, porque sé que me va a perdonar.
Y lo sé, porque a menos de 50 metros, en el mismo paseo marítimo, hay una cafetería abierta y convenzo al camarero de que me deje una bandeja con un par de cafés, un zumo recién exprimido y un croasán y se lo llevo a Selena. Es un bello gesto romántico e inútil.
- ¡Qué encanto! - me dice... - pero entre nosotros, Wolffo, tengo que mear o voy a estallar
- De acuerdo - digo, malinterpretando su urgencia - ¿quieres que me ponga así delante y te tape?
Si hubiera miradas asesinas, estaría fulminado, os lo juro.
- ¿Tú eres imbécil? -  me dice - ¿Crees que me voy a poner aquí a hacer pis, agachadita, mientras tú haces de parapeto...? ¿No crees que hemos tenido ya bastante escatología en nuestra relación, Wolfillo? - el cabreo se le ha pasado. Es un efecto que suelo causar en las mujeres: a veces soy tan tonto que se olvidan de que estaban enfadadas conmigo y empiezan a reírse de mí abiertamente
- Bueno, yo sólo queria...
- Vamos a ver, Wolffito... - me dice divertida por mi azoramiento- Has tardado 2 minutos en traerme esto de un bar... ¿no será más fácil que vaya a ese bar?
Vale, de acuerdo, es más fácil, más lógico, pero menos romántico. O sea, no es que ver mear a tu chica sea romántico, pero si va al bar de donde he sacado yo el desayuno, en fin, mi desayuno en plan "héroe mío" se va a la mierda. Pero Selena es única.
Cuando nos levantamos, me hace sentarme y esperarla en ese mismo sitio de la playa. Y vuelve, tres minutos después ya meadita (eso lo supongo) y radiante (peinada y retocada, eso lo constato) a mi lado. Para terminar de redondear la jugada, me trae un café, un zumo y una tostada de jamón con tomate. ¿Os imagináis algo mejor? Yo sí, que hubiera venido completamente desnuda y me hubiera ofrecido un polvo de agradecimiento con ella encima, al sol playero, pero no se lo voy a tener en cuenta. Esta vez.

-.-

Después de desayunar (desayuno con diamantes), mientras esperamos a que nos den un cochecito de alquiler, esquivamos a Cay que tiene una pinta tremenda de no importarle una mierda todo lo que no sea su corbata. Le vemos detener su cochazo, dejarlo en mitad de la calle, taponando la circulación, bajarse, sacar dinero de un cajero que está justo al otro lado de la calle donde estamos nosotros, sin importarle nada que le piten y le griten los que han quedado bloqueados y se va conduciendo con el corazón. Quiero decir con el dedo corazón enhiesto y asomando por la ventanilla mientas acelera y se va. Un bobo menos del que preocuparse.
Tenemos que darnos prisa. El plan es pasarnos por el hotel, duchazo, cambiarnos (polvete rápido si estoy de suerte), coger el coche e ir a un sitio del Cabo de Gata que se llama La Fabriquilla, a unos 50 minutos de Almería, pero hacia el otro lado de la costa, bordeándola hacia levante.
No hay suerte. En el viaje hacia el hotel, Selena centra su conversación en lo mono que es el coche, lo bien que funciona,  y lo poco que gasta, extremo este que no puede comprobar hasta que llevemos un buen montón de kilómetros, pero Selena parece haberse tragado la cháchara del comercial del Rent a Car. Si me hubiera preguntado, a mí me importa un bledo lo mono que sea el coche, sus detallitos, su consumo (el real, por favor, no el anunciado) y todo eso. No quiero parecer insensible, pero es que la cosa graciosa es que creo que me habla del coche porque cree que a mí me va a interesar esa conversación.
En el hotel, no me da opción. Me paseo un rato en bolas por la habitación, a ver si hay suerte y entra Selena. No es que tenga un desnudo bonito, pero vi un capítulo de "Cómo conocí a vuestra madre" en el que un tío feísimo afirmaba que esta técnica (plantarte desnudo delante de la chica con la que estás), a la que llamaba, asaz descriptivamente, como "el hombre desnudo", funcionaba dos de cada tres veces. La técnica correcta no es la mía, puesto que yo estoy en mi habitación esperando a que ella entre y la buena ejecución de esta estrategia consiste en estar con ella en la misma casa, y aprovechar que ella va a al baño, o a por unas bebidas, o algo y desnudarse y adoptar una postura rumbosa para que cuando ella regrese, te encuentre en pelotas, por ejemplo, con un pie sobre el sofá y en la postura del pensador, con el asunto colgando, yaque no es estrictamente necesaria la exhibición erecta del pene. Sea como fuere, no funciona.
Nos vamos al Cabo de Gata.

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I used to think of no one else, but you were just the same
La Fabriquilla y una barca que ya no navega
La Fabriquilla es un sitio encantador. Es una especie de minipueblo, todo blanco y azul, con barcazas abandonadas que son maceteros, flores de pita secas que todos fotografían, y un mar y un atardecer que que cuando se ponen bravos, todo el mundo debería estar obligado a mirar.

Llegamos a eso de las 2 de la tarde y rápidamente localizamos El Jipi Perdío, el sitio en el que hemos quedado con Isabela Balsa, para tomar algo, antes de entrevistarla, se supone que en su casa, si la caemos lo suficientemente bien como para que nos lleve allí. El Jipi Perdío es el clásico garito que monta un urbanita que quiere hacerse el troglodita, si es en la montaña, o el viejo lobo de mar, si es en la playa. A mí, os lo confieso, no me va ese rollo; prefiero mil veces el bar sencillo de un lugareño que se esfuerza en dar a su negocio un aspecto aseado, al negociete de un ex-urbanita que se empeña en parecer más del lugar que las piedras, vestido como un guarro y, en mi modesta opinión, con cara de gilipollas. Es una especie de prototipo, no sé si me explico. Y el dueño del Jipi responde al prototipo como un maldito manual. Y ni siquiera sabe tirar una cerveza en condiciones.

Isabela, sin embargo, me sorprende. Tiene pinta de señora de su casa, no de abogado, y menos de pintora, y menos aún de ex-abogado que se lía la manta la cabeza y se instala como pintora en el Cabo de Gata. Es agradable de aspecto y de trato, gordita (punto a su favor) y muy educada. Parece una abuela joven con ropa de pasar el domingo en casa. No me creo que a ella le guste esta mierda de sitio. Cuando estamos acabando la cervecita, y estoy convencido de que a ninguno de los tres nos gusta este local, me lanzo:
- Isabela, si llevas tiempo aquí, seguro que conoces un sitio mejor para comer, aunque no esté en la misma playa

Aliviada, estoy seguro, nos lleva al bar de un amigo, Floren, donde comemos como príncipes. Tiene esas cosas que molan: tú no eliges la comida, según llegas, te plantan una ensalada sencilla de que huele a gloria bendita, una jarra de vino de sospechosa higiene pero sabor áspero y delicioso, otra de cerveza,  pan, alioli y unas quisquillas a la plancha con limón y pimienta de aperitivo que están de infarto. Luego nos trae un plato con embutido, mientras sigue la conversación y la preparación de la soberbia bandeja de pescados raros que nos trae a continuación. Dios mío qué cosa tan rica.

Pasamos unas tres horas en el bar de Floren, tres de las horas más deliciosas que he pasado en mi vida. Después de comer, Amparo, la mujer de Floren, cocinera, amiga de Isabela, se sienta en nuestra mesa. Amparo tiene unos 60 años y nos habla de sus cosas y sus cosas son insignificantes e importantes al mismo tiempo y es genial ver como el Floren, que no ha parado de atender las mesas, le trae a su mujer un cariñoso café con un bombón y la besa en la frente sudada y se va tras la barra a fregar los platos.

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Vamos caminando hacia la casa de Isabela, porque no hay acceso por carretera. Ni siquiera un camino que un coche pueda afrontar. Me pregunto cómo se las arreglará cuando tenga que llevar cosas pesadas, hasta que llegamos a su casa y veo el precioso burro gris que remolonea por detrás de la casa. La casa de Isabela es sencilla, pero muy bonita. Muy de señora de su casa.Cómoda, razonable. Piedra, madera, barro, todo combinado de forma graciosa y práctica y nos sentamos en un porche desde el que vemos el magnífico acantilado que, estando hace un minuto en la playa, no sé de dónde ha salido; y nos sirve un café, ofreciéndonos también algo para desinfectar, un resto, sin duda, de sus días de ciudad. No sé lo que le echa finalmente al café, pero está endemoniadamente bueno y yo, endemoniadamente colocado.

Hablamos y es todo muy natural y relajado. Yo no termino de creerme estas movidas, pero ella me entiende, y yo entiendo a Selena y su entusiasmo por el renacer artístico y pastoril de una letrada de asfalto. Aunque Selena muestra su entusiasmo con un silencio que no sé muy bien cómo interpretar.
- Selana, ¿vas a permanecer en silencio...?
- A veces, el silencio habla - dice Isabela y Selena, que parece extrañamente ausente, sigue callada.

Pero yo estoy con la cabeza un poco ida, y además, la obra de Isabela es soprendentemente agradable de mirar: caballos blancos por doquier, paisajes ajenos al entorno (montañas verdes y oscuras) y formatos tirando a grandes. Anoto mentalmente que tengo que volver con mi coche para llevarme uno de sus cuadros, porque no entiendo una palabra de arte, pero me gustan sus caballos y sus hojas verdes y oscuras.

El atardecer asoma e Isabela nos invita a dar un paseo mientras ella prepara la cena. Insiste en que nos quedemos a cenar y a dormir, pero que "hagamos el favor de dajarla sola un rato" y que nos vayamos a dar una vuelta.

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Sé que camino junto a Selena porque la oigo hablar y me cuenta cosas preciosas acerca de su relación con algunos amigos y con algunos miembros de su familia. En condiciones normales, me parecería un rollo patatero, y estaría deseando que se callase para comerle la boca. Pero Isabela y el Cabo de Gata, y el amor de Floren por Amparo y su frente sudada, la tarde ardiendo al otro lado del mar y los caballos blancos me han dejado esta tarde más blandito que de costumbre.

En un momento dado, ella se detiene y de nuevo, como si fuera la cosa más natural, nos besamos. Estamos en mitad de ninguna parte, sin gente ni nada alrededor que no sea el cielo ardiente del atardecer. Sin dejar de besarnos, caemos sobre las piedras cálidas, con cuidado, porque estoy un poco pedo, pero no insensible, y hacemos el amor. Ella se funde con las rocas lisas y calentadas por el sol así que yo entro más y un poco más en ella y cuando la consciencia parece que me va a abandonar, ella ya no está y yo estoy acostado con las piedras, a quienes entrego, un poco alucinado, mi semillita despistada.

Me cuesta un rato levantarme, recomponer mi triste figura, preguntarme dónde está Selena, preguntándome si es posible que acabe de follarme una piedra y en este estado de confusión, al volver a la casa de Isabela, ésta me recibe con un papelito escrito por Selena que leo con atención:
El atardecer me entusiasma y he decidido pasear por el acantilado. Miro al horizonte y, sumergida en mi mundo de fantasía y atrevimiento, resbalo con unas piedrecillas que me hacen caer al mar. Ahora seré marina, y disfrutaré de conversaciones con las piedras y, para mi sorpresa, con todo aquello que encierra ese otro mundo nuevo que yo antes desconocía. En este mundo, Wolfillo, querido, no tienes cabida tú.

Espero que me entiendas y lo respetes. (Es cierto que el silencio habla)

Y aquí estoy yo, con cara de tonto. Otra vez.


(ojo, falta el epílogo)





























(1) Si cada puntito es una letra, lo que dijo Selena fue: ¡Déjame en paz, gilipollas! (N del A)

2 comentarios:

Mal dijo...

Normal, joé, si se me ha quedado cara de tonta hasta a m..í.
Me esperaré al epólogo para ver si resuelve mi pasmo y, si no, ya te consulto.

Me ha gustado muucho

Wolffo dijo...

Cómo es Selena... la odio. la amo. La amodio.

(gracias, Mal)