jueves, septiembre 04, 2008

China

(Parece ser que este reproductor no funciona bien así que pego abajo el de YouTube, que solo funciona medio mal)


De algún modo, estaba destinado a querer a China desde el día que apareció en el barrio, con una bolsa de pipas de las grandes, de las de 6 pesetas, los faldones de la camisa por fuera de los vaqueros y con una cinta en el pelo, ciñendo su ardiente cabello negro y lacio. Eso y sus ojos almendrados, sus hermosos y centelleantes ojos achinados, me hicieron perder la concentración y, por primera vez en muchos años, perdí jugando al pañuelo.
Yo tenía 12 años entonces, y ella sólo 9, una diferencia insalvable, máxime cuando yo era el chulangas de mi calle y ella, niña, pequeñaja e hija de un chino que volvió a su país y una española a la que le gustaría que nadie se interesara por ello. Lo extraordinario es que me gustó desde el minuto cero, pero no le dije a nadie nada de eso, porque hasta un lelo como era yo a los 12 años, se daba cuenta de lo extraordinario de la situación.
Estábamos en círculos distintos, pero en el barrio siempre había oportunidades de coincidir, ocasionalmente, en algún juego, en alguna gamberrada, o algún cumpleaños. Yo hacía lo que estaba en mi mano por mezclarnos con los pequeños: sugería a mis amigos que les quitáramos la pelota, o que secuestráramos a uno (o una) de ellos, para divertirnos a su costa un poco. Y todo lo que yo quería era estar cerca de China, rozarme con ella, compartir lo que fuese con ella. China tenía un hermano de mi edad, más o menos, pero era un gilipollas integral (traducción: pasaba de nosotros y nuestras movidillas de barrio, él volaba en otros campos) y no pude hacerme amigo suyo por más que lo intenté,para ver si un día me llevaba a su casa y veía a China estudiando o tomando un colacao o lo que fuese. Pero nada.
El tiempo nos fue separando. Ni ella bajaba a la calle a verse con sus amigas del barrio, ni yo y mis amigos nos quedábamos mucho por ahí, preferíamos salir por otras zonas de la ciudad, con más atractivos (léase chicas) para unos jovenzuelos gansos como nosotros. Pero las tardes de lunes a jueves era distinto. No salía y anhelaba en silencio a China. Mi casa tenía todas las habitaciones exteriores, con ventanas a la calle, pero las de la cocina, el baño pequeño y el cuarto de servicio (que era el de mi hermano mayor), daban a un patio interior bastante gris donde si te ponías una tarde, te enterabas de las miserias de los vecinos de los cuatro portales que daban a ese patio. Bien, pues la habitación de China daba a ese patio, exactamente enfrente del cuarto de mi hermano mayor que, además, hacía las funciones de discoteca de la casa. Yo me pasaba tardes enteras poniéndole música a China y mirando por entre las cortinas a ver si la veía y podía declararle mi amor. Pero nada.
China y su hermano -el gilipollas que no quería ser mi amigo- se iba todos los veranos del 20 de junio al 20 de septiembre. Era de esas. Su madre, los facturaba a ver a su padre para que, al menos, no perdieran el idioma que, sospechaba, un día les sería útil. Aquel verano, probablemente el del 84 o el 85, fue el del terremoto. En verano yo dejaba mis hábitos enrollados (dormía por las noches, me pasaba el día en bañador, hacía ejercicio, iba en bici a la piscina y todo) y llevaba una vida más sana. Mis amigos estaban fuera, así que yo iba a la piscina y nadaba, tocaba la guitarra, jugaba solitarios y alimentaba el mito del joven huraño pero buena persona, a ver si alguna muchachita de trasero firme y blanco se dejaba engañar por mí. Debo decir que, aunque nunca he sido un gran ligón, todos los veranos había un par de nenas que me permitían darle unos besos y meterle mano durante unos días, hasta que se daban cuenta de que debajo de mi aspecto de duro y solitario no había nada. Nada. Y que ni siquiera era el tipo duro ni solitario que jugaba a ser.
Os decía que ese verano, estaba tirado al sol, sobre mi toalla de boca de los Stones, con el walkman con Nacha Pop, Mamá y los Secretos a todo trapo, cuando una voz conocida me dice:
- ¡No me lo puedo creer, si es Wolffo en persona... y solo!
Levanté la vista sobresaltado y sentada a mi lado, con las piernas cruzadas y un encantador bikini rojo y un gorro texano, estaba China, un elemento extraño en Madrid, en agosto.
- ¡China...!
- Calla, no digas eso, que nadie me llama así...
- Vale, ¿y cómo te llamo?
- Por mi nombre, Wolffo
- Vale
- ¿¡...!?
- ¿Qué pasa?
- Nada... tío, es que no sé si reírme o matarte.
- Ríete, es mejor, en serio.
- Joder... no sabes cómo me llamo, ¿a que no?
- No...
- Joder...
- ... pero eso no significa nada... los nombres están sobrevalorados en esta sociedad...
- Sobrevalorados, claro... ahora me explico todo
- ¿El qué...?
- El que estés solo... si no te acuerdas del nombre de las personas, es normal que estés solo, tío.
- Bueno, yo creo se ha sobredimensionado la importancia de la amistad...
- Déjalo, anda... mira, menos mal que yo soy buena persona y te voy a salvar del muermo que te estás corriendo, tío. Esta noche hay una fiesta, en los bloques, los blancos, ¿sabes? y bueno, he oído que tienes una moto... si me pasas a buscar a las 10 vamos juntos, ¿te apetece?
- Genial, China...
- Y dale... ¿sabes? jamás lo hubiera imaginado: yo, la chinita, la paria del barrio, salvando del naufragio social al gran chuleta de Wolffo...
- A mí me gusta naufragar, no creas...
- ¿A las diez?
- A las diez
- ¿Te acuerdas de dónde vivo?
- Claro, China...
- N0 si todavía le mato - dijo China, levantándose y alejándose.
- ¿No me lo vas a decir...?
- ¿El qué?
- Tu nombre, ¿de qué estábamos hablando?
- No te lo diré, tendrás que recordarlo...
- Vale, como quieras, pero acabarás oyendo música sola en la piscina. A la gente le gusta saber el nombre de las personas, China...
No vi la cara de China mientras yo decía estas paridas y ella se alejaba, pero por la forma en que sus hombros me llamaban, sé que se estaba riendo y que no se había enfadado en realidad porque no recordara su nombre. Pero yo, en realidad, no podía recordarlo: nunca lo había sabido.
Fuimos a la fiesta. Estuvimos juntos mucho rato. Me presentó a un buen montón de amigas con las que, de no mediar la presencia apabullante de China, habría hecho el ridículo intentando seducirlas, pero me contuve. En un momento de la fiesta, cuando pensaba entrar a matar en cuanto pusieran una de arrimar la cebolleta, me ausenté un segundillo para echar una meadilla táctica.
El baño era de fábula, pero lo mejor era que el aro del trono estaba forrado como de pelo de camello. Si no hubiera sido una fiesta, me habría sentado a gusto allí, porque ese baño era un punto de lectura, como delataba el revistero que estaba junto a la taza. Pero en una fiesta de esas características, seguro que estaba lleno de pis de procedencia múltiple. Así que nada.
Salí del baño con una buena anécdota para contar a China y me la encontré con las orejas libres, sí, pero la boca la tenía ocupada comiéndose y dejándose comer por un idiota de pelo rizado, moreno y lleno de gomina. Sabía que los dueños de la casa, y los amigos y la gente de la fiesta era un poco pringaílla, así que no me lo pensé.
Le di un toque en el hombro a China
- ¡Eh...! deja de comerte a ese gilipollas - le dije gritando para que me oyera el gilipollas
- ¿Por...? - eso me gustaba mogollón de China, el espíritu deportivo, entra a todas, no sé si me explico
- Por que voy a darle una hostia que le voy a saltar un par de dientes, y no mola morrearse con un tío que sangra y se le mueven los dientes...
- Tú no vas a hacer eso...
- Oh, sí... te lo juro
- Oh, vamos Wolffo, no fastidies
A todo esto, el gilipollas asistía confundido a nuestro intercambio dialéctico. El tío parecía tener ganas de largarse, pero, por otro lado, tenía la impresión, bastante acertada, de que allí se estaba hablando de él y no quería parecer tan gilipollas.
- Claro que sí... desaparezco un momento y te lías con un gilipollas, debería pegarte a ti también, China - dije encarándome con ella en plan teatro.
Entonces el gilipollas hizo lo que no debía hacer bajo ningún concepto: justificó su sobrenombre interviniendo de manera caballerosa, sí, pero inoportuna. Y muy, muy gilipollas.
- Eh, tío -dijo poniéndome una mano en el pecho para empujarme - no seas racista.
Sucedió en menos de lo que tarda en escribirse. Incluso en leerse. Cogí, con mi mano izquierda el dedo meñique derecho del gilipollas y lo retorcí hasta que sonó a roto. Luego le di un rodillazo en el muslo, antes de soltar su dedo roto, y terminó la cosa una humillante y sonora bofetada a mano abierta que hizo tambalearse al pobre infeliz. Salí de la casa sin mirar atrás, como quien no tiene prisa, pero un poco acojonado, no fuera que los amigos gilipollas del gilipollas se organizaran y decidieran darme una buena.

-.-
No volví a ver, en muchos años, a China. Estudié publicidad y a los 23, cuando llevaba 6 meses currando, salí de casa de mis padres. Viví en varias casas y con varias parejas, pero nunca llegué a casarme. Como me dijo en una ocasión una chica especialmente cursi, llamada Joyce:
- Wolffo, eres un hombre de personalidad sumamente compleja, con muy pocas posibilidades de desposar.
Joyce tenía razón, maldita sea, pero me cago en diez qué cursi era.
No triunfé en mi profesión nunca. Es más, estuve a punto de tirar la toalla, cuando una empresa de marketing directo me hizo la oferta de mi vida. No era una oferta, en principio, de esas mareantes, sino que estaba llena de condicionantes; de esas que si se cumplen un montón de "síes", te haces de oro. Contra todo pronóstico, los sucesivos "si" que contenía mi contrato se fueron cumpliendo y acumulando. Y alcancé una posición acomodada a los 45, 22 años después de haber salido de casa de mis padres.
Una mañana, era jueves, estaba en mi despacho preparando una reunión con unos clientes chinos. Lo típico: si les impresionamos, nos vamos a forrar y bla, bla. Era una cuenta importantísima para nosotros y habíamos contratado los servicios de una empresa de intérpretes para asegurarnos de que la comunicación era fluida.
- Jefe - me dice June, mi secretaria, por el interfono- ha llegado la intérprete.
- Bien, dile que pase - y me eché hacia atrás en mi silla porque, aunque no sabía su nombre, yo ya sabía quién era la mujer que iba a hacernos de intérprete.
-.-
Ganamos la cuenta, claro. Y yo me hice rico. Y el chico de personalidad compleja y pocas posibilidades de desposar vive ahora con los dos hijos -gemelos, niña y niño- que me dio China, que, cómo no, se hartó de mí bien pronto y me dio con la puerta en las narices. Antes de eso, me enseñó a decir te quiero en chino: wo ai ni: 我爱你
Chinilla y Chinote son gemelos y, debo decirlo, bastante feos. Pero son simpáticos, qué quieres, y a mí me caen genial. A veces me miran y me preguntan que porqué soy tan bobo que ni siquiera fui capaz de retener a su madre en casa, con el dineral que gano.
Yo quisiera contestarles que ya me gustaría tener a China conmigo, que la quiero desde que la conocí con los faldones de la camisa por fuera de los vaqueros y con una cinta ciñendo su pelo negro y salvaje.
Quisiera decirles que fui un idiota y que siempre que la tuve cerca, la alejé y que es culpa mía porque jamás supe cuál era su nombre.
Pero pienso que no. Que ella es también bastante rarita y no pierdo la esperanza de que cuando los gemelos sean mayores y para ella la vida ya no sea una cosa tan seria, estoy seguro de que volverá a casa a decirme que hay una fiesta en algún lado y que si soy lo bastante listo, la llevaré y, desde luego, no la dejaré sola ni para mear.
Y esta vez, le preguntaré su nombre. Menuda es China.

(Parece ser que el reproductor de video de divshare no funciona bien. Bueno, pego aquí abajo el de YouTube, que solo funciona medio mal)