miércoles, agosto 27, 2008

Te lo dije, Lorna

En fin, ha llegado la hora. Estoy frente al departamento de Física y Lorna Cor me espera para tratar de mi bajísimo rendimiento en sus clases, encantadoras, pero incomprensibles para mí, admitámoslo, de Física Cuántica.
Aquí, de pie, parado como un valiente idiota, me resisto a llamar a la puerta, por no saber muy bien qué medio usar para anunciarme: tiene una espantosa aldaba de cabeza de león, que no pega ni con cola con la ajada puerta de formica, está el interfono, que pega menos todavía, y están mis nudillos y mis pulmones, y esta presencia rotunda que me dios me ha dado que pega todo.
Reúno fuerzas para proceder a llamar con la aldaba (es una tentación demasiado grande), pero al coger el asa y retroceder para golpear la puerta, la aldaba, completa, se desprende de la puerta como alegrándose, y ahí me tienes a mí con ganas de que me trague la tierra, con la aldaba colgando de mi mano. El león tiene cara de no hacerle demasiada gracia estar mordiendo el asa-martillo, pero aunque lo intento, no consigo separar ambos elementos.
En fin, me guardo la aldaba en el bolsillo y llamo al interfono.
- ¿Sí…? - me pregunta una dulce voz desde dentro. Siempre me he preguntado porqué la gente pregunta eso al descolgar el teléfono, o el interfono. Pero este no es momento, una vez más en mi vida, para responderme. Así que respondo al interfono, sin saber muy bien si tengo que acercarme o no.
- Soy Wolffo… tenía una cita con…
Me interrumpe, con muy poca cortesía el estridente sonido del interfono que indica que se abre la puerta. Sólo ha sonado algo como ¡meeeec…!, pero en mi cabeza, a todos los efectos, lo que ha sonado es: sé quién eres y a qué has venido, deja de enrollarte y entra de una vez.
Hay una especie de antedespacho con dos alegres secretarias que dejan de estar y parecer alegres en cuanto me ven. A veces causo esa impresión en la gente, es como si fuese una especie de agujero negro del optimismo. En fin, pregunto cuál es el despacho de Lorna Cor y me indican, sin muchas ganas de hacerlo, que es el que está justo en frente de mí. Doy un paso al frente y luego otro, y un tercero, que me llevan hasta la puerta, que abro con decisión y entro. Lorna está tras su mesa de trabajo, hablando por teléfono y, por señas, me indica me que siente.
Me siento y, en seguida, me siento incomodísimo. Se me ha pillado un huevo en el pliegue de los pantalones. Más que un huevo es, en realidad, la pielecilla que los recubre (la palabra que da nombre a esa bolsita, escroto, es tan fea, que mejor os la ahorro). No es doloroso como si fuera un testículo, pero es enormemente incómodo. Todo se solucionaría si me pongo de pie otra vez, me meto la mano por la cinturilla, y me recoloco todo el asunto sin miramientos, pero no me atrevo a hacerlo con Lorna al teléfono, mirándome. Porque, más que hablar, escucha; debe estar al otro lado el clásico palizas que no para nunca de hablar. El típico al que le dices todo el rato “bueno…” “en fin…” o “ahá, muy bien…” y no se da por aludido y te tiene 15 minutos dándote la brasa con algún asunto que o bien te ha dejado claro en los dos primeros minutos, o bien no te interesa en absoluto. En un momento, Lorna hace acopio de la presencia de ánimo suficiente y consigue que el turno de palabra pase a ella y lo toma con verdadera convicción. Tanto que olvida que yo estoy allí y sube sus piececitos desnudos, delgados como los de una niña de 13 años, a la mesa. Eso causa en mí una inesperada erección, con lo que el panorama de mis pellejos se agrava, pasando de la incomodidad al dolor incipiente. De pronto, ella baja los pies de la mesa y, así que su discurso gana en vehemencia, hace girar su sillón y empieza a hablar de espaldas a mí con notable pasión a su interlocutor, que ahora debe estar arrepintiéndose de no haber cortado antes la conversación, mientras ella era un corderito escuchador y sumiso. Aprovecho el momento para ponerme en pie y meter la mano hasta más allá de la muñeca en la cintura de mi pantalón hasta alcanzar lo que en círculos académicos (estamos en la universidad española, no en vano) se denomina el paquetazo; recojo los componentes en mi mano experta y cuando estoy en esa posición crítica, Lorna se da la vuelta y exclama, no sé si a su interlocutor o a mí, o al dios de las pequeñas cosas:
- ¡… ahí te quería yo ver!
Yo me he quedado congelado. Estoy de pie, pero no del todo; las rodillas, abiertas, ligeramente flexionadas y la espalda medio contraída, con los hombros hacia delante y los brazos en plan gorililla perezoso (una mano en el mentón, otra en los cojones). La cabeza, como si fuera demasiado pesada para el cuello, se ha incrustado en mi tórax, entre mis hombros, y la medio sonrisa (o sonrisa de gilipollas, seamos claros) se me ha helado, dotando a mi rostro de una expresión francamente desafortunada. Como si se diera cuenta del trago que estoy pasando, Lorna se levanta y se da la vuelta y sigue con lo que ahora ya es francamente un chorreo, en realidad, al pobre infeliz que hay al otro lado de la línea
Me dejo caer en la silla totalmente abochornado y no me da tiempo de pensar en ello demasiado, porque Lorna vuelve a darse la vuelta, aún de pie, se inclina para quedarse de codos en la mesa y, ofreciéndome una panorámica vertiginosa de su escote, dice al teléfono, como colofón a la conversación:
- Que te den
Y cuelga. Se queda mirándome y me dice:
- ¡Eh…! Si miras 20 centímetros más arriba te darás cuenta de que estoy mirando y de que a las chicas nos gusta que nos miren a los ojos.
Corrijo mi visual, a mi pesar, porque Lorna tiene unos ojos bonitos, pero sus tetas son de fábula, y la miro. A los ojos. Ya estoy aquí, le digo, ya tienes aquí a tu peor alumno. Ella empieza a sonreír, como si empezara a olvidar que se había enfadado conmigo.
- ¿Sabes? – me dice- es mi cumpleaños y no me apetece nada pasarlo trabajando, ¿te vienes a una fiesta? Mis amigas me han preparado una fiesta sorpresa y no me apetece ir sola – a pesar de que no hay nada en el mundo que me apetezca más que ir con Lorna a una fiesta, debo haberme quedado con (más) cara de gilipuertas mirándola, porque se ve obligada a argumentar – Vamos, hombre, no le contaré a nadie que me miras las tetas y que cuando estoy de espaldas me haces gestos obscenos cogiéndote el paquete…
- Pero …- tengo un par de balbuceos intentando justificarme, pero su carcajada, cristalina, pura, divertida, me disuade de intentar explicar lo inexplicable.
Lorna tiene un Ford Taurus del año de la polka, que dice que perteneció a su padre (yo creo que debió ser su abuelo, más bien, o al inventor del motor de explosión) que conduce como el mismo culo. Lenta, peligrosa, erráticamente, me lleva hasta su casa.
- Pensaba dejarles colgados en casa, odio las fiestas sorpresa – me dice mientras ignora los gritos de un peatón al que casi atropella mientras paseaba confiado por la acera -, pero el que vengas conmigo me ha animado a venir. Se supone que no sé nada de la fiesta, así que hay que hacer aspavientos de sorpresa al llegar. Por cierto, ¿traes mi regalo?
Lo ha preguntado para volver a dejarme cortado, pero el verla conducir tan calamitosamente, la ha bajado de su pedestal y yo me siento fuerte otra vez. Se me ocurre un chiste graciosísimo mientras me palpo el pantalón, pero me abstengo de contarlo, porque mientras buscaba mi paquete, me he encontrado con algo mucho mejor. Se lo doy.
- ¿La aldaba de la puerta del departamento? ¿Me regalas algo viejo y robado…? ¿Sabes? - parece que va a mandarme a la mierda, pero al final me sorprende diciendo: -Es el mejor regalo que me han hecho nunca.


A la mañana siguiente, al abrir el ojillo, veo una ventana abierta con una vista que no me es familiar. Voy a volverme y me doy cuenta de que mi brazo está atrapado bajo la mujer a cuya espalda estoy pegado. Segunda sorpresa. Duerme, aunque no profundamente, porque mi leve movimiento al despertar, la despierta a ella, también.
- Felicidades… - me dice Lorna apenas en un susurro.
- La que cumple años eres tú, ¿no?
- Eso fue ayer. Y hoy eres tú a quien hay que felicitar. Ya me lo dijiste… - me dice, picaronzuela.
- ¿Ah, sí… te lo dije? – pregunto con neutralidad, porque no sé qué estamos hablando y no recuerdo nada de la tarde noche anterior.
- No te acuerdas de nada ¿verdad?

Caray... ¿se lo dije?

A Kotts. Felicidades. A ti, felicidades a ti.