sábado, junio 28, 2008

Nada oscuro (y un poco de luz del sur)



Ella siempre sonríe, y no tienes que decirle nada: sabe cómo hacer que te sientas bien. Lleva una camiseta escotada, de florecillas en tonos rojos sobre fondo blanco. Lleva vaqueros claros, y hay que ver lo bien que le sientan. Sus pies, sus lindos pies, descansan sobre unas sandalias que, sin ser iguales, hacen juego con la camiseta. Le hace pasar a la oficina y él, torpemente ataviado, vulgar, a su lado parece un simple, un bobo menesteroso en busca de una ración de atención por parte de alguien tan hermoso como ella.

En circunstancias normales, ella escucharía su historia, animándole a ser lo más breve y conciso posible, y ayudándole a esquivar detalles y adornos sentimentales en su relato, y mediría su capacidad crediticia con una sonrisa y alguna frase de consuelo o algo por el estilo. En circunstancias normales, claro, porque no son estas circunstancias normales. Ella está trabajando normalmente, sí, pero él no ha ido al consulting financiero como cliente, él ha ido a echarle una mano a ella en la configuración de su blog.

Sin saber muy bien cómo, él está sentado a su lado y están ambos viendo fotos antiguas de ella y su familia. Están bien, algunas son divertidas y él ve en esa familia fotos tan parecidas a las de su propia familia… pero sólo tiene ojos, verdaderos ojos, para cuando sale ella de pequeña, y quiere descubrir en esa niña en blanco y negro la mujer arcoiris que está sentada a su lado.

Aspira el aroma de esta mujer y se embriaga acercando, sin que ella se dé cuenta (eso al menos piensa él) su nariz a la rubia melena y deja que su perfume de mujer le sugiera el siguiente paso. De pronto, sin previo aviso, él se da cuenta de que ve uno de sus pechos prácticamente completo -redondo, pleno, prometedor- si, sencillamente, baja un poco la vista. Sólo ha de estar atento a que ella no le pille, pero ni siquiera eso es capaz de controlar. Está como hipnotizado pensando en cómo sería estar frente a la mujer, y no a su lado, y tomar ese pecho en la mano y meter su vértice en la boca y mordisquearlo y juguetear el pezón y su lengua.

Intenta quitarse esta idea de la cabeza, pero su cercanía a ella y la visión perfilada de sus labios empieza a construir otra escena en su imaginación, mientras ella le muestra más fotos. Son fotos preciosas, y le interesa lo que ella le cuenta mientras se las enseña, pero él no escucha, porque le emborracha el sonido sureño de su voz, de eses apagadas y palabras sin final, y las formas caprichosas que esos labios, que él sueña besándole, dibujan mientras habla.

Pasa su brazo por encima del respaldo de la silla de ella, abarcándola sin tocarla, y arrima su rodilla a la de ella. Tiene dudas. Sabe que si fuera al revés, que si él sintiera que ella avanza hacia él, le toca, él se sentiría halagado. Pero sospecha que eso no funciona igual en la dirección contraria. Palabras como acoso y pulpo se le dibujan en el pensamiento. No obstante, él la toca, disimulando y espera que ella sienta la misma emoción que siente él cuando sus cuerpos, aparentemente indiferentes, entran en contacto.

Ella pone una canción en su ordenador, una preciosa canción que él no conoce. Ella canta con su voz de arena suave y él siente una punzada y sabe que, aunque no sabe bailar, debe invitarla a bailar esa canción. Cuando está acabando, le pide que la devuelva al principio y, sin estar seguro, decide dar otro paso. Se levanta y en pie, le tiende una mano a ella y le dice:

- Baila conmigo…

Ella duda unos tres segundos. Pero sonríe (¡dios, qué sonrisa tan hermosa!) y toma su mano al levantarse. Empiezan a bailar. Él sólo quiere acercarla a sí, abrazarla, meterse en ella, en su aroma y su melena, y la toma de su mano derecha con su izquierda y su brazo derecho la toma por la cintura. Antes de que ella se dé cuenta del pésimo bailarín con el que trata de bailar, él la atrae hacia sí y hunde su nariz en su cuello besuqueable, en su melena lujosa, en su aroma de mujer inalcanzable y ella le abraza, a su vez y le arrastra hacia el cuarto trasero, donde nadie los ve y empiezan a besarse con urgencia. Ella quiere disfrutar los besos; él, teme que se terminen.

Ella ladea la cabeza y concentra la dulzura del planeta tierra en sus labios de miel; él, todo manos, todo urgencia, todo momento, no sabe qué hacer con tanto lugar al que acudir. ¿Su pecho? ¿La acerco apretando sus caderas con las mías? ¿Meto mis manos bajo su camiseta y acaricio su espalda? Tiene la sensación que tiene un niño pequeño al que sueltan, de repente, en medio de un parque de atracciones. Con tanta oferta, se abruma y no sabe a dónde ir. Ella, sublime, le invita a investigar su boca con la lengua, y él se deja llevar por este parque temático con forma de mujer.

Y cuando el cielo está a punto de hacerse alcanzable, accesible, cuando sólo es un peldaño más y alcanzarían la gloria, un teléfono que se hace oír con el Chiqui-chiqui devuelve a la realidad a estos dos amantes de otro tiempo, de otro lugar, que, lamentablemente, están en este tiempo y en este lugar.

Ella quiere dos vidas.

Él… no sabe lo que quiere.

Pero se va a casa y no ha arreglado nada. Ni su vida con ella… ni su blog.

Él sólo entiende de bobadas.



(Estoy de vacaciones)